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VIGILANCIA PRIVADA Y CALIDAD DE VIDA

Caracterizadas como están las ciudades contemporáneas por el crecimiento de la criminalidad (la oficialmente registrada y la no declarada o denunciada), la vida urbana se desenvuelve con las dificultades que presentan los riesgos exacerbados.

Una de las consecuencias más palpables de esa situación de inseguridad es el deterioro en las condiciones de la “calidad de vida”.

En ese contexto, se verifica una creciente demanda de protección para evitar distintos tipo de delitos, como, por caso, hurtos, robos, atentados contra las personas, entre otros.

Los requerimientos de mayor seguridad por parte de una sociedad atemorizada por el auge del delito son un valor imprescindible que, en las actuales circunstancias, es necesario recobrar apelando no ya sólo a los recursos estatales sino también a los privados. La vigilancia física, en ese sentido, es fundamental.

PROTECCIÓN FRENTE A LOS RIESGOS

Toda modalidad de vigilancia que se precie tiene sentido en la medida en que sea preventiva. Vigilar es, de hecho, proteger a personas y custodiar bienes, de modo de reducir al máximo posible las situaciones de riesgo, que, como se sabe, se han exacerbado en nuestra sociedad.

Esa situación propia de las ciudades contemporáneas, con elevadas tasas de criminalidad, se reflejan, por cierto, en la creciente demanda de protección para evitar distinto tipo de delitos, como, por caso, hurtos, robos y atentados contra las personas, entre otros.

Ese atributo que ostentan los vigiladores efectivos resulta vital en todo objetivo, cualquiera sea su naturaleza: en edificios, residencias particulares, conjuntos inmobiliarios (countries y barrios cerrados), empresas e instituciones públicas tanto como privadas.

Si el incremento de los riesgos se ha tornado cada vez más preocupante, tanto más imprescindible ha de ser la necesidad de preservar bienes y personas. Tanto más apremiante también el requerimiento de tranquilidad.

EFECTOS DE LA PROTECCIÓN

Caracterizadas como están las ciudades contemporáneas por el crecimiento de la criminalidad (la oficialmente registrada y la no declarada o denunciada), la vida urbana se desenvuelve con las dificultades que presentan los riesgos exacerbados.

Una de las consecuencias más palpables de esa situación de inseguridad es el deterioro en las condiciones de la “calidad de vida”.

En ese contexto, se verifica una creciente demanda de protección para evitar distintos tipo de delitos, como, por caso, hurtos, robos, atentados contra las personas, entre otros.

Los requerimientos de mayor seguridad por parte de una sociedad atemorizada por el auge del delito son un valor imprescindible que, en las actuales circunstancias, es necesario recobrar apelando no ya sólo a los recursos estatales sino también a los privados. La vigilancia física, en ese sentido, es fundamental.