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CON MIEDO A LA INSEGURIDAD

En tiempos de pandemia por la enfermedad del Covid-19, el virus de la inseguridad se propaga de manera inquietante, hace estragos y su daño es considerable.

El miedo al delito, en sus distintas formas, es compartido mayoritariamente por todas las clases sociales: 9 de cada 10 connacionales se consideran potenciales víctimas de la delincuencia.

De ahí la necesidad de ser precavidos en ese sentido y, por lo tanto, el incremento en la demanda de vigilancia como un antídoto, por así decirlo, frente a un contexto de excepcionalidad que ha generado situaciones incluso de mayor riesgo.

LA INSEGURIDAD COMO AMENAZA

Las consecuencias de los hechos delictivos y la violencia son graves y duraderas. El crimen y el miedo a la victimización reducen considerablemente el bienestar y constituyen una amenaza al desarrollo: distorsionan la asignación de gastos públicos y privados, generan daños y pérdidas irreparables, alterando, además, nuestras rutinas diarias.

Desde una perspectiva psicosocial, atravesamos en nuestro país otra pandemia, no ya sólo la de la enfermerdad por el coronavirus: la pandemia en el sentimiento de inseguridad, según coinciden en advertir los especialistas en la materia en un informe elaborado por el Observatorio de la Deuda Social de la UCA.

Esa situación genera anomia, con ruptura de los lazos de solidaridad y de apoyos mutuos. Se exacerba la desconfianza hasta el quiebre de la solidaridad comunitaria, se tiende a evitar el uso de los espacios públicos y se extiende el temor a convertirse en víctima.

VIGILANCIA PRIVADA Y PROTECCIÓN

La necesidad de sentirnos seguros y de vivir en tranquilidad forma parte de la demanda cotidiana que es posible verificar, con diferencias de grado, en distintos segmentos socioeconómicos, sea de manera individual, o bien desde instituciones, empresas públicas y privadas, entre otros sectores.

El incesante aumento de la delincuencia oficialmente registrada instala la percepción real de que el delito, en sus distintas variantes, integra la trama de los hechos cotidianos.

La estadística en ese sentido contrasta con las sensaciones de inseguridad, que suelen ser una excusa de los gobiernos de turno en un intento por justificar la insuficiencia de las fuerzas policiales para prevenir las situaciones de riesgo de las que se prevalece la delincuencia, a falta de vigilancia y control efectivos.

La inseguridad se ha convertido, pues, en unos de los asuntos más preocupantes y de mayor relevancia, en un contexto en que el Estado, por mucho que se esfuerce en el ejercicio del monopolio de la fuerza, no alcanza a garantizar, sin embargo, la cobertura integral para la protección de personas y de bienes…